… de como llegué hasta aquí.
A menudo me preguntan que hace una Ingeniera Industrial trabajando en el sector erótico, alguna vez he escrito brevemente sobre esto, sin profundizar, pero hoy, me apetece explicar todos los detalles de la metamorfosis así que contaré la historia completa, desde el principio.
Desde pequeña, en casa, siempre andaba ideando algo nuevo, un juego, algún artilugio que revolucionara el mundo. Mis padres decían, “ya está la inventora” “a ver qué traes ahora entre manos”. Siempre he sido optimista y creativa.
Estudié en un colegio de salesianas, que viene a ser algo parecido a un cole de monjas pero sin uniforme, pero esencialmente es casi lo mismo, religión y “valores” por un tubo. En mi clase sólo había niñas, años más tarde se convirtió en un cole mixto.
Año 1986 – Primera comunión
He de decir que yo no estaba muy contenta porque percibía muchos favoritismos y se hacía la vista gorda con algunas abusonas, no quiero decir que mis profesoras no fuesen buenas y actuaran de mala fe, pero ya se sabe, en este tipo de colegios según de quién seas hijo/a el trato puede ser muy diferente. Yo en particular no tuve demasiados problemas, básicamente porque era muy independiente y pasaba de todo, me dedicaba a estudiar, que era lo mío.
Ya inmersas en octavo curso de EGB comenzábamos a plantearnos a qué instituto iríamos y que rama cogeríamos, y yo, a pesar de que siempre he tenido mis preferencias muy claras, las opciones disponibles no me atraían. Además sentía la inmensa necesidad de dar un cambio radical a mi corta vida, quería dejar lejos las injusticias y las prepotencias.
Cuando se acercaba la época de las matriculaciones comenzaron las charlas ofertando las distintas opciones que proponían los institutos y un día, el que cambió todo, recuerdo que vino un hombre muy simpático de la S.A.F.A a enumerar las distintas propuestas en FP, formación profesional, yo al principio no estaba muy interesada puesto que como era una chica de sobresaliente y me encantaba estudiar, lo mío era el bachillerato para ir después a la universidad. Pero llegó el momento de un vídeo, concretamente el que me cautivó, de FP AUTOMOCIÓN, y me sentí muy atraída por lo que estaba viendo, me identificaba con las materias que se impartirían y me alucinada el poder practicar y tocar mecanismos, ponerme un mono de trabajo y ensuciarme de grasa, fue un flechazo en toda regla.
Como puedes imaginar trasladar este interés a mis padres y después al resto no fue fácil, no era posible que una niña inteligente pero tímida e insegura estuviera interesada en algo así, algunos hasta me tomaron por loca o decían que era “gilipollas” y que sólo quería llamar la atención.
Mis padres intentaron disuadirme con argumentos más racionales: “Hija, nadie te va a coger después para trabajar en un taller”, “es una pena que cojas una FP porque tú vales para estudiar”. Ya en conocimiento de los lógicos temores de mis padres, les hice entender que el hecho de estudiar FP no me excluiría de la posibilidad de seguir formándome después en una universidad, que de hecho era lo que pensaba hacer, que no aspiraba a hacer los ciclos y ponerme a trabajar, lo único que pretendía era coger un “atajo” distinto.
Ya por fin les había convencido, no fue difícil, entre otras cosas porque cuando algo se mete en mi cabeza no hay quién me pare y eso mis padres lo sabían perfectamente.
El verano fue transcurriendo lleno de emoción y temores esperando al gran momento, septiembre. Dudaba si sería capaz de integrarme entre los chicos, ya he comentado que hasta ese momento sólo tuve compañeras, me preguntaba si habría alguna chica más para no estar sola entre tanto varón.
Casi temblaba al pensar en las prácticas, iba a tener en mis manos coches de verdad y no los vehículos de juguete de mis primos con los que solía jugar, nunca me regalaron uno a pesar de mi demanda “era una niña”.
Llegó el ansiado septiembre, el primer día de clase mis nervios eran casi incontrolables, hasta sugerí no ir ese primer día por lo paralizada e insegura que me sentía, pero mi madre me dijo “Si no vas hoy, mañana va a ser peor” y como siempre he sabido que cuando sientes temor por algo lo mejor es cerrar los ojos, no pensar y “lanzarse a la piscina”, salí a la calle y recorrí el corto camino que separaba mi casa del instituto, me hubiese beneficiado que fuese más largo para poder ir respirando hondo y vaciando mi mente de miedos figurados, mientras caminaba incluso me temblaban las piernas un poco.
Cuando llegué a la puerta aquel lugar era un hervidero de adolescentes y allí un profesor comenzó a clasificarnos por ramas, fue el primer encuentro con mis compañeros. Me sorprendí de que muchos de ellos ya sabían que ese año se había matriculado una niña y por fin le estaban poniendo cara, la única niña. Algunos fueron educados, otros incluso amistosos a pesar del breve encuentro, otros no sé si sinceros o “agua fiestas” porque me dijeron sin rodeos que un par de años antes dos amigas insensatas se matricularon y no acabaron ni el primer trimestre.
Por suerte no me dejo influenciar fácilmente, así que, aunque capté el mensaje, no le eché muchas cuentas porque percibía muchas más cosas buenas que malas.
Ya en clase, todo comenzó a apaciguarse, nos explicaron con todo detalle normas y demás asuntos importantes. Al finalizar el jefe de estudios y el que iba a ser mi tutor se dirigieron a mí en exclusiva, yo flipaba, nunca había sido protagonista de nada, me mostraron su apoyo al mismo tiempo que me ofrecían su confianza por si tenía problemas de integración.
Mi clase era muy numerosa, desde el primer día me sentí muy bien porque prácticamente todos me acogieron como uno más, no tuve que hacer ningún esfuerzo, sólo ser yo misma, lo que sí cambié fue mi forma de vestir por prendas anchas y desaliñadas, siempre con el pelo recogido y sin pintarme los labios, al fin y al cabo estaba rodeada de más de 20 muchachos en pleno desarrollo hormonal y yo solía llamar bastante la atención cuando me arreglaba un poco, no quería echar a perder el buen rollo que había en mi aula con distracciones innecesarias.
Año 1991 – 13 años de edad
Voy a clasificar a mis compañeros de clase en función su trato hacia mí, es curioso: por un lado estaban los paternalistas: “Encarni, si alguno se mete contigo me lo dices y le doy un collejón”; los amigables, siempre dispuestos a echar una mano cuando las prácticas se ponían difíciles; los competidores, o mejor dicho, el competidor, a este lo dejo para el final porque merece una mención más especial y por último los machitos de la clase, eran dos, y esos sí que me hicieron pasar algunos apuros porque no aceptaban que una chica pudiese superarles e iban “a saco” conmigo, algo que no me afectó prácticamente, eran una minoría y yo me sentía tan integrada y querida que me daban igual sus burlas e intentos de humillación.
Volvamos con el competidor, era el otro empollón de la clase, que siempre se importunaba porque quería sacar mejores calificaciones que yo (creo que no por ser mujer, sólo porque quería ser el más listo de la clase) y cuando no lo conseguía montaba en cólera, no conmigo, siempre me respetó, pero discutía enfurecido con los profesores si le ponían menos nota que a mí. Esta actitud no me molestaba, al contrario, me alentaba, me hacía sentir que formaba totalmente parte de aquella comunidad, que era uno más.
Algunas veces cuando hablaban conmigo me decían “tío porque …” y cuando se daban cuenta del error “perdona Encarni, a veces se me olvida que estoy hablando contigo en lugar de con otro compañero de clase” y esos detalles me hacían sentir muy bien, mi objetivo se había cumplido, me sentía como pez en el agua, como nunca antes había estado.
De los profesores y profesoras tengo que decir que su trato mejor no podía ser, siempre discretamente pendientes, me hacían sentir casi como si fuese su hija. A veces a alguno de los más mayores se le escapaba al echarle la bronca a alguno frases como: “Sois unos mamarrachos, que tenga que venir una mujer y demostrar que tiene más cojones que todos vosotros juntos …”, “Esto es un desastre, este trabajo de soldadura es una marranada, os debería dar vergüenza de que una mujer que no ha cogido una herramienta en su vida, sepa soldar mucho mejor que vosotros” … yo ahí casi que me escondía debajo de la mesa porque sabía que esos comentarios no me ayudaban a restar diferencias y alimentaban el odio en los que no me soportaban.
También había una profesora que soportaba bastantes “bromitas” y cuando no podía más me decía: “dime como lo haces, como consigues que te respeten todos estos brutos” yo nunca sabía responder, no hacía nada, sólo que nunca discutía ni entraba en el juego de los que me querían lejos y con respecto al resto, les prestaba toda mi ayuda, estudiaba con ellos y les explicaba todo lo que me preguntaban, a cambio ellos me echaban un cable cuando para algunas tareas de taller era necesaria la fuerza bruta, que ahí evidentemente yo tenía poco que hacer.
Tengo que hacer una mención especial a mi profesor de religión, ese sí que me hizo pasarlo mal, de ahí que deteste a la “institución”. En los trabajos en grupo siempre me ponía peor nota que a mis compañeros, sin lógica alguna, sólo porque sí, cuando se suponía que si era en grupo la nota debía ser la misma para todos. El último año llegó incluso a suspenderme por entregarle un trabajo el último día del plazo, cuando posteriormente presencié como otros se lo entregaban incluso una semana más tarde, además no era lógico porque era el último día y yo aún estaba dentro del plazo. En esas circunstancias los demás profesores se le echaron encima pero ya sabéis lo que ocurre cuando topas con la iglesia … me fui a casa con el boletín de notas manchado de rojo por la religión, una materia que nunca había suspendido nadie, ¡que rabia me daba!
Y así trascurrieron los dos años que duró el primer ciclo, con buenísimos recuerdos que me sirvieron para abandonar la timidez, la inseguridad y empezar creer en mí misma.
Siempre me he guiado por la intuición, y parece que antes de introducirme “en la boca del lobo” como me decían algunas personas, yo ya sabía que la experiencia merecería la pena y que era un paso necesario para abandonar definitivamente a mi antiguo yo, y alejarme de las etiquetas que me habían regalado en el colegio “llorica”, “inútil”, “pava” … comenzando de cero con personas que no me conocían previamente y no me podían prejuzgar. Fue mi época dorada, bueno, la primera porque después llegaron muchas más épocas brillantes quedando en el olvido los grises días escolares.
Seguí mi rumbo hasta el momento de volver a decidir mi camino, que carrera estudiar. Y ahí es donde tenía el corazón dividido, por un lado me atraía muchísimo la psicología y por otro, lo más lógico era seguir cultivando mis conocimientos técnicos y aprovechar mis siempre sobresalientes en matemáticas, mi asignatura favorita. Así que seguí por el sendero marcado haciendo caso a mi sensatez más que a mi corazón, y me matriculé en Ingeniería Técnica Industrial, especialidad de mecánica, como no.
Mi época universitaria también fue estupenda, seguía cultivando amistades y buenas notas, terminando mis estudios con la segunda mejor nota de mi promoción, a tan sólo dos décimas del primero. Estaba muy orgullosa por mis resultados, sobre todo porque desde los 18 años trabajaba fines de semana y festivos como camarera y lo compaginaba con los estudios.
Parece que todo en mi vida es maravilloso ¿verdad? Pues a partir de ahora mi buena racha se tuerce.
Llega el momento de enfrentarse a la cruda realidad, al mercado, y lo que hasta ahora conseguía con creces sólo con mi esfuerzo ahora también dependía de factores que yo no podía controlar.
Comencé a buscar trabajo “de lo mío” sin éxito, me encontraba con muchas situaciones decepcionantes como por ejemplo: leer una oferta de trabajo, comprobar que cumplía los requisitos y después de pegarme el viaje para entregar el currículum en mano, ni siquiera me lo tenían en cuenta alegando cualquier excusa tonta como que me faltaba tal formación o cual experiencia, algo que no se indicaba en la oferta, y yo sabía de sobra que lo que ocurría es que era una mujer. Me encontré muchas situaciones similares, mientras seguía formándome y mi CV engordaba por meses, pero nada.
Al final, ya a punto de tirar la toalla descubrí que existía un programa llamado UNIVERTECNA de la Universidad de Jaén, para la inserción laboral de mujeres de carreras técnicas, lo que se denomina discriminación positiva. No era la panacea pero ofrecían formación complementaria gratuita y unas prácticas de un par de meses. Decidí probar y allí me reencontré con algunas compañeras que después de más de un año buscando trabajo habían sufrido situaciones machistas como yo y seguían sin encontrarlo.
El caso más llamativo fue el de una antigua compañera de clase que me dijo “no Encarni, no son imaginaciones tuyas, hay un machismo en este sector y sobre todo en esta zona descomunal” y me puso el ejemplo de su novio, otro antiguo compañero. Los dos echaban CVs en las mismas empresas y mientras a él le llamaban para hacer 2 o 3 entrevistas cada mes a ella el mismo número pero en el periodo de un año, él llevaba trabajando desde que había acabado la carrera, con el título universitario “pelado”, sin idiomas ni formación complementaria, no le hizo falta, es más, se había podido permitir el lujo de cambiar de empresa para ganar más.
Acabé la formación y las practicas sin los cambios esperados, mi padre siempre decía “si no tienes padrinos no te bautizas hija, y tú en el sector que has escogido aún lo tienes más difícil”.
Hubo una oportunidad, muy buena, en la que casi pude tocar el cielo de los sueños cumplidos, un proceso de selección, bastante duro, para un puesto de Gerente de la marca de automóviles XXXX. Nos presentamos unos 200 candidatos en Jaén y hubo tres cribas, la primera y más dura ocupó más de seis horas, en las que nos hicieron un grupo de psicólogos de PRISMA, una empresa de selección ubicada en Madrid, varios Test: de personalidad, de inteligencia, de Inglés por supuesto y de análisis de la información en el que tuve que hacer bastantes números. En esa fase caerían todos los competidores por el puesto excepto 6, y yo estaba entre ellos, la única mujer como siempre. La entrevista personal fue todo un éxito, siempre se me han dado muy bien, enseguida conecté con Asier el psicólogo de la consultora quien me hizo todo tipo de preguntas mientras anotaba hasta agotar el papel de mi perfil (hablo bastante …). Cuando acabé yo ya sabía que había pasado la segunda criba, unos días después este chico me lo confirmó telefónicamente, es más se extralimitó, me dijo que a la última entrevista ya sólo íbamos yo y otro chico, pero que estaba prácticamente seguro de que el puesto de trabajo sería mío, yo no cogía en mi cuerpo, el poco que me quedaba porque había perdido en pocas semanas 7 u 8 kilos de los nervios. Me informó de que en todas las pruebas había destacado especialmente y que ellos me habían recomendado personalmente por mis cualidades a los directivos de la marca de automóviles, pero que el protocolo les obligaba a mandar a dos candidatos a la final.
Yo ya me veía en Valencia realizando el MBA (Master in Business Administration) con todos los gastos pagados para posteriormente trasladarme a vivir y trabajar en Granada, una ciudad que me encanta por la magia que tiene.
Palacio de la Alhambra en Granada. Año 2001 – 23 años
Llegó el día de la última entrevista, tuve que ir a Córdoba para encontrarme con el director general de Andalucía, el de Andalucía oriental, el jefe de zona y el que iba a ser directamente mi superior en Granada. Hacía un calor espantoso. Cuando llegué, pasé a una sala de juntas donde me rodeaban todos estos hombres de negocios ansiosos por conocer a aquella jovencita y hacerle todo tipo de preguntas, por unos momentos me sentí como una gran ejecutiva.
Me hicieron toda clase de preguntas de mayor a menor grado de jerarquía, todo iba genial, sentía que una vez más me había integrado y hasta les caía bien, y llegó el turno de “mi futuro jefe”. Ahí comencé a notar que las cosas no iban tan bien, no me miraba a los ojos mientras me formulaba las dos miserables preguntas que me hizo: “¿tú no crees que al ser mujer puedes tener problemas? Piensa que vas a dirigir a un grupo de hombres” yo, muy contenta con la pregunta conteste: “siempre he estado rodeada de hombres y nunca he tenido problemas, estoy segura que en este caso no será una excepción” el resto de asistentes al encuentro casi me aplaudían con sus miradas y yo me volví a sentir segura, después volvió a sugerir sus dudas y temores sin mirarme a la cara y me lanzó otra pregunta vacía que no recuerdo para dejarme claro que no era santo de su devoción.
Me marché muy satisfecha a pesar de que algo me decía que ese hombre podía truncar mis planes de futuro, pero yo misma me alentaba pensando que en los test había destacado, que los psicólogos apostaban por mí y que los directivos me habían trasladado su entusiasmo ante un perfil tan acorde con el puesto.
Pasaron los días y Asier volvió a llamarme, yo daba saltos de alegría, incluso tuve que respirar un par de veces antes de contestar. Al descolgar le noté muy serio y apurado, me dijo sin rodeos “sólo te llamo para darte una mala noticia”, y yo como soy tan espontánea le contesté “no estoy para bromas, dime la verdad que tengo ganas de ir a celebrar algo”… pobre hombre, se lo puse muy difícil, me tuvo que repetir la nefasta noticia a la que yo le pedí por favor una explicación porque no entendía nada, y me la dio, dentro de unos límites claro. Me dijo que el que se suponía que iba a ser mi jefe directo se había negado a quererme en su equipo a pesar de que el resto estuvieron a mi favor e incluso le insistieron para que cambiara de opinión, yo le dije abiertamente “es porque soy mujer ¿verdad? no te preocupes esto no es la primera vez que me pasa, aunque sí la más dura”. No me contestó a esa pregunta y se despidió deseándome mucha suerte y recordándome mi valía, aunque me sirvió de poco porque mi autoestima, mi paciencia, y mi pasión por la tecnología yacían hechas pedazos en el suelo. Y ahí fue cuando tiré la toalla y estuve deprimida mucho tiempo.
Cuando menos lo esperaba, casi sin buscar, me ofrecieron trabajar en una empresa de Jaén, para elaborar estudios estadísticos, de prevención de riesgos laborales, calidad, responsabilidad social corporativa, satisfacción y fidelización de clientes, etc.
El jefe era un hombre muy educado y amable. Me parecía increíble, pero como no es oro todo lo que reluce, el ritmo de trabajo era frenético, mis compañeras casi tenían que dormir con el portátil para poder cumplir las fechas de entrega de los proyectos, sino no se cobraba, y la remuneración era escasa para la cantidad de horas que realmente se trabajaba.
Así, lo que parecía el sueño de mi vida se convirtió en pesadilla, contaba los días para que llegara el fin de semana y los festivos, era un ritmo muy agobiante, no había tiempo apenas ni de desayunar y menos que un poco de charla o alguna broma, algo que para mí es esencial. Esta empresa comenzó a ir mal por la crisis, cuando ya estaba en números rojos se acabó mi contrato y como era la última que había entrado, fui la primera en salir, pero fue toda una liberación.
Ahí comencé a darme cuenta de que no me gustaban los trabajos relacionados con mis estudios: eran fríos, metódicos, estresantes, todo muy cuadriculado, muy calculado, sin corazón, y además, la mujer estaba muy infravalorada.
Pasado un tiempo, ya después de alejar la sombra de no haberme realizado como Ingeniera y aceptando que no era mi mundo realmente, comencé a tener la necesidad de volver a encontrar una ocupación.
Un día una buena amiga me comentó que traspasaban el que es hoy mi negocio, una tienda erótica, no me lo pensé dos veces en bajar a preguntar, me pareció una buena oportunidad. Tengo la gran suerte de estar libre de prejuicios al menos hoy por hoy porque siendo honesta no puedo negar que cuando ya me había comprometido en este tema sentí temor, miedo a: «con qué clase de personas voy a tratar», «¿tendré que pararle los pies a más de uno?», toda una serie de dudas que eran fruto del falso concepto que se suele tener de este tipo de negocios. Después los comentarios de allegados tampoco ayudaban: «¿y vas a dejar que tu mujer trabaje ahí?», «tanto estudiar para acabar en eso …» en fin.
Por suerte siempre hay personas que nos acompañan en la vida de forma constructiva.
La cuestión es que si hoy me ofrecieran nuevamente un puesto de trabajo «de lo mío» mi decisión sería clara y rotunda NO, porque ADORO mi trabajo, me acuesto cada noche muy feliz sabiendo que ayudo a otras personas a tener más confianza en sí mismas, a eludir sus complejos, a aprender a disfrutar más de la vida, a mejorar su relación de pareja. Porque mi trabajo consiste en escuchar, orientar y por último ofrecer una solución o simplemente diversión, da igual, es una forma de ofrecer felicidad.
A mi local principalmente entran personas que buscan mejorar su relación, sorprender a su pareja, porque se preocupan y la aman y quieren que ese amor perdure. Entran personas que no se guían por estereotipos ni viven limitadas por prejuicios anticuados, sólo buscan disfrutar un poco más de la vida. Por eso tras seis años, cada día me siento más motivada y por eso continúo formándome, quiero seguir aprendiendo, mejorando, y espero poder seguir trabajando en esto toda la vida.