En una tasca, en la disco o en una terracita de varano, cualquier lugar donde sirvan cerveza fría, tinto de verano u otras bebidas espirituosas es propicio para entablar conversaciones acerca de sexualidad.
Y como no podía ser de otra manera, a la vista de las celebraciones pertinentes, el tema está servido en plato llano. Pero como el asunto del placer anal y la homosexualidad está ya muy explotado ahora toca arremeter contra las lesbianas.
Para las mentes de frente estrecha no existe coherencia en el argumento de que las prácticas sexuales no tienen porqué definir la orientación sexual de una persona.
“Que si yo no quiero un tío ni de lejos, que si solo tengo sexo con mujeres porque no me gustan los hombres… pero a la hora de la verdad nada como que les metan una buena tranca. A ver si eso no es una contradicción. En qué quedamos. ¿O acaso no es cierto que muchas lesbianas se compran arneses?”
Ante este tipo de argumentos, no me queda más alternativa que aguantar la carcajada a pesar de los salpicones de mi espumosa bebida en los pantalones ajenos.
En un país de escasa educación sexual y abundante hipocresía en terreno afectivo-sexual, aún hay quién asocia la orientación sexual con los placeres de zonas erógenas concretas.
Y nuevamente me reitero en un nuevo escenario y con un público distinto.
Que el cuerpo es un universo erógeno por explorar.
Que las pieles entienden caricias y no de creencias.
Que es nuestra mente la que con los prejuicios adquiridos nos limita y coarta nuestra capacidad de sentir más allá de lo normativo.
Que el placer anal masculino no es un deleite exclusivamente propio de los homosexuales y por supuesto que el coito vaginal no es un ejercicio prohibitivo para una mujer lesbiana.
Que una pareja puede cambiar de rol si les apetece sin que ello implique que estén depravados.
Que en terreno afectivo-sexual, toda práctica que sea consensuada, es bienvenida.
Que siempre que exista un pacto entre personas adultas y con plena facultad para tomar decisiones, no hay nada normal o fuera de lo normal, pues todo depende de la forma en la que construimos nuestra propia realidad.
Consejo para las mentes obtusas: más sentir y menos pensar.